La hepatitis aguda, cuando se manifiesta puede dar los siguientes síntomas: cansancio, fiebre, dolores musculares y coloración amarilla de la piel y las mucosas, que recibe el nombre de ictericia. El cuerpo, desde que entra en contacto con el virus, empieza a producir defensas en forma de anticuerpos dirigidos contra el virus causante de la infección, de forma que los virus son eliminados y la inflamación del hígado disminuye. Se produce entonces la curación de forma natural.

Sin embargo, en determinados casos, los virus de la hepatitis escapan a la acción de los sistemas defensivos del cuerpo, en estos casos la inflamación persiste en el tiempo y aparece la llamada hepatitis crónica. El periodo en que se considera que la infección se hace crónica se ha establecido tradicionalmente en 6 meses, aunque excepcionalmente la curación puede producirse hasta un año después del contacto inicial.

La mayoría de los pacientes con hepatitis C crónica presentan pocos síntomas o ninguno. Si se realiza un análisis de sangre, puede aparecer un aumento ligero de algunas sustancias del hígado, conocidas como transaminasas (GOT o AST y GPT o ALT), aunque en ocasiones puede ser normal. En cualquier caso los análisis de las pruebas del hígado pueden variar a lo largo del tiempo.

No todos los pacientes con hepatitis C desarrollan cirrosis. Se sabe que sólo entre el 10-30% de los pacientes van a desarrollar una cirrosis hepática en un plazo de 20 años y en un 1-4% de los pacientes con cirrosis puede aparecer un cáncer de hígado.

En un porcentaje pequeño, los pacientes con hepatitis C crónica pueden presentar manifestaciones fuera del hígado que pueden afectar a las arterias (crioglobulinemia), al riñón (glomerulonefritis), a las articulaciones (artritis), a la piel (porfiria cutánea tardía, liquen plano) o al tiroides (tiroiditis autoinmune).