Se debe bañar al bebé todos los días, buscando el momento en el que se esté más relajado y libre de otras tareas. El niño no debe estar tenso. No hay que bañarle después de la toma porque puede vomitar, tampoco si tiene mucha hambre, pues puede llorar y gritar; primero hay que calmarle un poco; el agua caliente y las palabras cariñosas harán el resto.

Los primeros días el baño ha de ser breve (unos 10 minutos) para evitar que se reblandezca el ombligo al contacto con el agua. Cuando se haya caído el ombligo (lo que suele suceder entre el 4º y 8º día de vida) se puede prolongar el baño más tiempo (15 ó 20 minutos).

Antes de empezar el baño hay que tener cerca todo lo que se va a necesitar: jabón, esponja, gasas, alcohol, toalla, ropa, etc.

La bañera del bebé no debe llenarse de agua, sólo lo suficiente para cubrirle hasta las caderas una vez sentado. La habitación donde se bañe al niño debe estar a una temperatura entre 20º y 24º C. El agua debe estar caliente (35º C ó 36º C); para comprobar la temperatura del agua se puede utilizar un termómetro de baño o sumergir el codo (se debe notar templada).

Introducir al bebé en la bañera, sujetándolo con las dos manos: una en la cabeza y hombros y la otra en las nalgas; la misma operación para sacarle de la bañera. Dentro de la bañera, hay que sujetar al bebé con una mano la cabeza y parte de la espalda manteniéndole incorporado y con la otra mano se lava, primero la cara y después el resto del cuerpo.

Después del baño, se coloca al bebé sobre una toalla amplia, seca y caliente, se le seca todo el cuerpo, pero en especial las zonas de los pliegues: axilas, ingles, cuello; y si el cordón no se ha caído aún, se secará muy bien.